13 enero 2016.-
Por eso, la política del agua ha estado dirigida al aumento del recurso, sobre todo por el incremento de la demanda, que ha pasado de los 30 litros por habitante y día hace cien años a los cerca de 200 litros en la actualidad.
El aumento en la demanda de agua se debe sobre todo al incremento de la higiene personal, la actividad urbanística y turística, las superficies ajardinadas y campos de golf, los cultivos intensivos de riego y todo ello acompañado de períodos de intensa sequía.
Distribución irregular
Pero, además, la distribución del agua en la península Ibérica es irregular; el agua de lluvia no llega en igual medida a la España húmeda, con una precipitación media de entre 1.379 y 2.000 litros por metro cuadrado, y la España seca, cuyas precipitaciones anuales son inferiores a los 600 litros.
Por otro lado, los 340.000 hectómetros cúbicos de media anual que se recogen en forma de agua y nieve -de los que unos 100 mil llegan a los ríos- es un ejemplo de esa desigualdad, ya que más de la mitad de las lluvias caen sobre el pasillo Galicia-cornisa cantábrica-Pirineos.
El norte cantábrico y el borde noroeste, bajo la influencia atlántica, y los Pirineos son lluviosos y carecen de períodos secos. Constituyen la denominada España húmeda, con una precipitación media de 1.379 litros por metro cuadrado, pudiendo llegar hasta los 2.000 anuales.
El resto del territorio forma la España seca y las precipitaciones anuales suelen ser inferiores a los 600 litros por metro cuadrado, mientras que el sureste no suele sobrepasar los 200.
Un contraste semejante se registra en el balance de aguas de superficie en las diferentes cuencas fluviales. Los numerosos ríos de la España húmeda, pese a su corta longitud ofrecen un caudal considerable equivalente a más de la mitad de todas las aguas fluviales.
Frente a ellos se encuentran los cinco grandes ríos peninsulares: Duero, Tajo, Guadiana y Guadalquivir, en la vertiente atlántica, y el Ebro, en la Mediterránea que, a pesar de su gran longitud y sus extensas cuencas, ofrecen un caudal no excesivamente amplio. Su principal característica es que los caudales medios mensuales se reducen considerablemente en los meses de verano. Los ríos de la meseta sur, por ejemplo, en el mes de agosto aportan tan sólo una décima parte del caudal medio anual.
En España, más del 40 por ciento de agua de los ríos está controlada por una red de algo más de mil embalses, una de las regulaciones de agua dulce más importante de Occidente.
Un país agrícola
Sólo la agricultura consume el 80 por ciento del agua dulce del país; el abastecimiento a núcleos urbanos se lleva un 14 por ciento y la industria el 6 por ciento.
En España, el regadío ocupa el trece por ciento de la superficie agrícola útil y el 50 de la producción final agraria; por ello, es necesario la reordenación de los recursos hídricos para una mejor gestión y aprovechamiento de los mismos, ya que una hectárea de regadío produce de media seis veces lo que una de secano.
Aprovechamiento del agua: la desalación
La desalación consiste en retirar la sal del agua del mar, convirtiéndola en agua de calidad disponible tanto para consumo humano como productivo (agricultura, industria, sector terciario).
Durante años, las plantas desaladoras han producido agua potable, pero sólo hasta hace poco se ha utilizado en circunstancias extremas, debido a su alto consumo de energía y su elevado coste.
Las técnicas existentes para desalar son varias, pero las más importantes por la extensión de su uso son las realizadas por destilación (evaporación) y por ósmosis inversa, y esta última es la más extendida.
En España hay más de 700 desaladoras que producen unos 1.200.000 m3/día, 700.000 m3/día procedentes de la desalación de agua de mar y el resto de agua salobre (agua subterránea).
En los últimos años, la técnica de desalación ha aumentado considerablemente, debido sobre todo a las importantes sequías sufridas a finales del siglo XX y principios del XXI y a la bajada en los costes de la desalación.